De autora novel nos llega un juego que sorprende no solo visualmente sino también por su temática. Un agradable peso medio con muy buenas ideas.

En Ierusalem: Anno Domini encontramos un juego con gestión de recursos, planificación con motor de cartas y una interacción significativa que encajan estupendamente en un tema original, fresco y bien implementado como es la Última Cena.


Diseñador/a:Carmen García Jiménez
Ilustrador/a:Enrique CorominasLa Draws
Editorial:Devir
Idioma:Multilenguaje, incluyendo español.
Número de jugadores:1-4
Duración:90 min
Edad mínima recomendada:12+

¿DE QUÉ VA? 

En Ierusalem: Anno Domini seguiremos al mesías con nuestra congregación para intentar ganarnos su respeto y encontrar un buen lugar en la Última Cena, cerca de Jesucristo. Para ello deberemos visitar y conocer a los Apóstoles, pero también hacer favores, uno de los mayores actos cristianos.

Ierusalem: Anno Domini boardgame juego de mesa

¿CÓMO SE JUEGA?

En Ierusalem: Anno Domini jugaremos una serie indeterminada de rondas en las que los jugadores deben obtener recursos, ganarse la confianza de los Apóstoles y escuchar parábolas con la intención de, finalmente, sentarse alrededor de Jesucristo en la icónica Última Cena.

Cada jugador empieza con unas cartas iniciales y un tablero personal en el cual encontrarán a sus seguidores y un almacén en el que deberán ir gestionando el limitado espacio para colocar sus recursos.

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En cada turno los jugadores deben llevar a cabo las siguientes fases:

JUGAR UNA CARTA DE LA MANO

Al inicio de cada turno deberemos utilizar una de nuestras cartas. La carta elegida deberá colocarse en una de las tres columnas que tenemos en nuestro tablero personal. Si ya hay cartas en dicha columna, la nueva añadida debe solaparse con las anteriores para dejar visible el símbolo del borde superior.

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Los jugadores tendrán un mazo inicial, como vemos con la trasera coincidiendo en el color de jugador, pero podrán mejorar sus manos con cartas más potentes durante la partida.

Elegir qué carta, pero también donde la colocamos es imprescindible para, como veremos luego, poder visitar Apóstoles. La carta utilizada nos permitirá activar una de las cinco zonas de la mitad izquierda del tablero y, adicionalmente, realizar las acciones de su borde inferior.

Las cartas iniciales solo incluyen un icono en su borde inferior, permitiéndonos realizar una sola acción. Por suerte, las cartas de Mahane nos otorgan dos acciones y las cartas de Año 33 nos permiten hasta tres acciones como vemos en el siguiente ejemplo:

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En el detalle superior vemos la anatomía de las cartas. En su borde superior encontramos a la izquierda la acción de acudir a una de las cinco posibles zonas de la mitad izquierda del tablero. En este caso vemos el icono de la montaña que nos permitirá recibir el recurso de piedra. Sin movernos del borde superior encontramos el identificador del tipo de carta, en este caso, del mazo de Año 33, algo que queda claro porque en su zona inferior encontramos tres acciones adicionales. El número cuatro nos indica cuantos puntos nos otorga al visitar un apóstol con dicha carta, este valor va en relación directa con el mazo del que provenga dicha carta, siendo de Año 33 las más suculentas.

En la parte inferior encontramos acciones adicionales que, en este caso, nos permiten obtener una piedra más, cambiar de sitio a uno de nuestros seguidores en la mesa de la Última Cena y, finalmente, avanzar el marcador del Sanedrín, el cual marcará el final de la partida.

Con el icono superior los jugadores activan acciones de tablero. Por una parte, con estas acciones recibiremos recursos. Los recursos se obtienen del desierto, la montaña y el lago. La cantidad de recursos que obtendremos de dicha ubicación depende del número de seguidores que tengamos allí colocados, siendo el máximo de tres. Aportar seguidores a estos lugares no solo nos reportará más recursos, sino que será indispensable para, luego, enviarlos a la Última Cena.

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Por ejemplo, con la carta del ejemplo anterior, el jugador visitaría la montaña, por lo que cualquiera de los tres jugadores obtendría dos recursos, tantos como seguidores tiene. Dichos recursos deberán ser almacenados, algo que también supone un reto en Ierusalem.

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El almacén es el lugar donde deberemos no solo colocar los recursos, sino también mantener a los seguidores hasta que los coloquemos en las ubicaciones anteriormente descritas. En este espacio limitado también podremos colocar ofrendas, las palomas de fondo amarillo, que otorgan puntos al final de la partida pero nos restan un espacio para el resto de la misma.

Las acciones que podemos encontrar en el borde superior de las cartas, además de la obtención de los tres recursos ya comentados, también nos permiten acudir a un mercado en el que podremos comprar y vender recursos, o acudir al templo para mandar seguidores de nuestro tablero personal a cualquiera de las ubicaciones que, como hemos visto, nos otorgarán recursos durante los siguientes turnos.

En el borde inferior encontramos más acciones, hasta completar un total de 14 posibilidades. Las referencias a la iconografía, por suerte, vienen reflejadas en las ayudas de jugador de gran tamaño. Sin entrar en detalle podemos comentar el resumen del flujo de juego.

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Los jugadores tienen varias vías de obtención de beneficios, especialmente encarados a mejorar la eficiencia de sus turnos venideros y poder aportar seguidores a la Última Cena. Aun así, hay otras vías para obtener puntos de victoria.

Por una parte, destacar la vía de los favores. Los jugadores pueden dar un beneficio a otro jugador a su elección, permitiendo que éste active una acción adicional inmediata, a cambio el jugador que otorga el favor avanza en dicho marcador y obtiene una carta de Año 33, las cuales otorgan dos acciones adicionales más que una de las cartas iniciales de nuestro mazo.

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Los favores otorgan al jugador receptor lo indicado en su anverso, pero tras esto serán volteados mostrando un icono, que vemos en su esquina superior derecha. Este icono nos sirve para crear, con mucha facilidad, patrones para visitar patrones.

Por otra parte, los jugadores intentarán cumplir patrones para visitar apóstoles, de lo que hablaremos en la siguiente fase del turno. Colocar apóstoles nos permite sentar cerca de ellos a nuestros seguidores, pero también obtener puntos inmediatamente. Tener seguidores en la Última Cena no solo nos ofrece puntos de cara al final de la partida, sino que también es requisito indispensable para poder escuchar parábolas.

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Las parábolas son una colección de sets. Los jugadores podrán obtener la siguiente loseta cuando tengan al menos tantos seguidores en la mesa de la cena como el valor de dicha parábola. Al final de la partida las parábolas aportan puntos de una forma exponencial, pero también aportan puntos por ser los primeros en escucharlas, por lo que encontramos un elemento de carrera interesante.

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Gracias a las parábolas los jugadores pueden ganar hasta 18 puntos, adicionales a los que se obtienen si somos de los primeros en escuchar cada una de ellas.

No faltan acciones para poder intercambiar posiciones en la mesa, mover a nuestros seguidores o mandar a nuevos seguidores a las ubicaciones del tablero. Algunas de las cartas más potentes, además de ofrecer acciones, hacen que se avance el marcador del Sanedrín, algo que no solo acerca el final de la partida sino que puede activar puntuaciones variables entre partidas.

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Por ejemplo, en el siguiente avance los jugadores recibirán un punto de victoria por cada recurso del que dispongan en ese momento en su almacén. Esto condicionará de forma circunstancial a los jugadores, intentando rascar puntos adicionales activando las cartas oportunas.

VISITAR UN APÓSTOL

Tras bajar y activar una carta debemos comprobar si cumplimos algún patrón que nos permita visitar un apóstol. Cada una de las tres columnas de apóstoles tiene un requisito basado en tres iconos de los bordes superiores de nuestras cartas.

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Los iconos que encontramos en el tablero pueden ser variados entre partidas gracias a unas losetas que permiten dicha variabilidad.

Debemos comprobar si en alguna de las tres columnas del tablero personal encontramos el patrón en el mismo orden en el que aparece bajo los apóstoles. Deberemos tener las tres cartas con dichos iconos, ni más ni menos, en el orden exacto requerido. Por suerte, si hemos recibido favores de otros jugadores, los favores pueden descartarse para utilizar el icono mostrado e intercalarlo entre cualquiera de nuestras cartas.

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En este ejemplo encontramos como en la columna central tenemos dos de los tres iconos para visitar a los apóstoles de la primera columna. Nos falta un símbolo de montaña, el cual aportamos gracias a la loseta de favor que nos entregó el jugador rojo.

Si cumplimos dicha condición deberemos despejar la columna de las cartas utilizadas. La loseta de favor sería descartada, las cartas que se correspondan con nuestro mazo inicial, se irán a una pila de descartes, pero cualquier carta mejorada, de Mahane o de Año 33, volverán al fondo de su mazo, por lo que las perdemos tras un solo uso. Las cartas utilizadas nos otorgan puntos de victoria por visitar al apóstol, recordando que las más potentes ofrecen más puntos y los favores, por el contrario, no otorgan punto alguno.

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Detalle de las habilidades de cada apóstol y de los puntos que otorga, de forma decreciente, a los seguidores sentados tras él.

Al activar al apostol, no solo lo colocaremos en una de las sillas alrededor de Jesucristo, sino que también activaremos su habilidad. Dicha habilidad depende del color del apóstol, siendo todas positivas para el jugador activo, aunque Judas como excepción restará puntos a los seguidores que se sienten tras él.

COMPRAR UNA CARTA DE MAHANE

Tras todo lo anterior podremos comprar una carta de Mahane. Dicha compra cuesta dos monedas, como vemos en el borde derecho del expositor de dos cartas de dicho mazo. Los jugadores obtendrían una de las cartas visibles o una al azar del mazo, si así lo prefieren.

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Estas cartas van a la mano directamente, para estar disponibles a partir del turno siguiente.

REPONER CARTAS DE LA MANO

Al final del turno los jugadores deben tener cinco cartas en la mano. Pueden tener menos si no han comprado cartas de Mahane, reponiendo su mano de su propio mazo de robo. También podrían tener un exceso de cartas, debiendo descartar el exceso y perdiendo dichas cartas si fueran de Mahane o de Año 33.

Este formato de turno se repite hasta que llegue el día de la crucifixión, marcado por el avance de la Sentencia del Sanedrín. Dicho avance irá desencadenando distintas puntuaciones de mitad de partida que harán que los jugadores deban priorizar dichos avances ordenadamente para exprimir puntos de victoria durante su periplo. Cuando el marcador llegue a la última casilla, en la que vemos ilustradas las cruces, el final de partida tendrá lugar.

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Tras esto, los jugadores obtendrán puntos por las parábolas escuchadas, por las ofrendas obtenidas y por su loseta de iluminación, un beneficio que tenemos durante la partida pero que otorga puntos si no lo utilizamos. La puntuación más importante al finalizar el juego es la de la Última Cena en la que cada uno de nuestros seguidores obtiene puntos por su situación sentado detrás de Jesucristo o de algún apóstol.

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Cada jugador recibe puntos decrecientes según los otorgados por el apóstol en dicha columna y la distancia que tengamos hasta él. De esta forma, el seguidor sentado inmediatamente detrás de Andrés o de Tomás recibe 4 puntos, como indica dicho apóstol, mientras que el siguiente 3, y así sucesivamente.

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¿QUÉ ME PARECE?

Ierusalem: Anno Domini es un juego que atrae por su temática pero que convence, con creces, con sus mecánicas depuradas y más que suficientemente originales para otorgarnos un juego sólido, artísticamente impoluto y muy atrevido, algo que también debemos valorar.

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Es innegable que muchos nos acercamos a Ierusalem por su atractiva temática que, culturalmente, nos puede producir cercanía. Tratando exclusivamente su tema ya encontramos razones suficientes para prestar atención a un título que no solo ha sido cuidado al milímetro, con un respeto y prudencia impecable, sino que además su diseñadora demuestra tener los conocimientos académicos para abordar dicho acontecimiento. Es increíble ver que alguien con formación tan especializada en el tema y siendo novel en el campo de los juegos de mesa, ha logrado un diseño tan rotundo que va mucho más allá de transmitir una moral cristiana y un evento tan icónico como la Última cena.

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Además de la idoneidad de su diseñadora, a nivel artístico el juego no se queda atrás. Maravillosas ilustraciones que mezclan el realismo con otro estilo más propio del pasado, nos facilitan la inmersión en el tema. De dicha producción destacar la abundancia de elementos personalizados, como los recursos o los apóstoles, con un uso de pegatinas que luce notablemente, aunque requiere una buena inversión de tiempo para personalizarlo a gusto. Cabe destacar que dichas pegatinas permiten a los jugadores personalizar, o no hacerlo, a su gusto. En cualquier caso, una vez todo pegado luce de una forma vistosa que justifica la inversión de tiempo.

Pero ya hemos dicho que el juego no es solo tema. Tranquilos, que Ierusalem: Anno Domini también es sólido en el campo de sus mecánicas. Incluso si Jesucristo no llama tu atención, posiblemente Ierusalem te pueda atraer por sus mecánicas que añaden varios elementos originales, interactivos y, de nuevo, suficientemente inmersivos.

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Detalle de como Judas, a diferencia del resto de apóstoles, tiene una bolsa con sus treinta monedas por la conocida traición.

De la experiencia de juego cabe destacar el uso de las cartas, que exige planificación al tener que colocarlas en las tres columnas formando patrones concretos. A esa exigencia en cuanto a anticipación, se le añade el sistema de mejora de mazo. No es un deckbuilding al uso, ya que esas cartas mejoradas nunca volverán a nuestro mazo, por lo que la inversión para obtenerlas es más recurrente que en los juegos de dicha categoría. Eso hace que las cartas se conviertan en un recurso más, tan importante por sus acciones mejoradas como por su icono superior para poder visitar a los apóstoles, una importante fuente de puntos tanto durante como al final de la partida. Esta creación de patrones, por llamar de alguna forma a la abstracción de dichas visitas, no solo nos otorga beneficios por las cartas invertidas, sino que nos allana el terreno de la colocación de nuestros feligreses alrededor de la mesa de la Última Cena.

Y es que gran parte de la aventura es saber atraer feligreses y luego enviarlos a dicho evento final. Estos puntos, aunque se obtengan al final, deben ser tenidos en cuenta durante la partida, y son una carrera en toda regla. Colocar en buena situación a nuestros meeples no solo hace que debamos ser rápidos, sino que tendremos que lidiar con la dicotomía de mandar apóstoles antes o después de sentarnos en la mesa. En ambos casos le estamos dando una ventaja a los rivales, que pueden aprovechar dicha oportunidad.

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No solo vemos interacción en las posiciones alrededor de la mesa, sino que Ierusalem: Anno Domini tiene más elementos interactivos. El más destacable por su adecuación temática es el sistema de favores: una fuente de puntos egoísta pero que lleva implícita una ventaja para el rival. Deberemos elegir bien ese rival más débil, o el más necesitado de nuestra bondad cristiana, para poder sacar ventaja de dicho acto. Esto nos obliga a dar beneficios a otro jugador para poder sacar provecho nosotros, un crecimiento que debe acercarse más a la parasitación que a la simbiosis, pero que para eso hay que tener muy claro el desarrollo y el potencial de cada uno de nuestros contrincantes para no darle ventaja al jugador que, de forma encubierta, tenga todas las papeletas de llevarse la partida.

A estos claros elementos que hacen que Ierusalem se sienta original, se mezclan más zooms en el tablero, a destacar el set collection de las parábolas o el avance incesante del Sanedrín, que hará que el final de partida siempre se acerque, aunque el ritmo de la partida pueda depender de los actos de los jugadores.

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Toda esta interacción hace que el juego ruede mejor a tres o cuatro jugadores. Si bien a dos, la variante sin muchos cambios nos permite acercarnos a un formato de juego más estratégico y premeditado, su modo solitario tiene unas reglas elaboradas. Esta modalidad nos ofrece varios niveles de dificultad progresivos, a modo de campaña sin mucho argumento, que saciará nuestro deseo de jugarlo sin compañía, pero que no le hace justicia a su modo multijugador. Aún con todo, su mejor lugar es cuando seamos cuatro alrededor de la mesa.

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En definitiva, Ierusalem: Anno Domini es un título que sorprende por acercar una temática culturalmente próxima y muy poco explotada, pero no se conforma con una capa de inmersión, sino que ofrece mecánicas originales y bien implementadas. Siempre con intención de sumergirnos en el tema propuesto, el juego ofrece elementos de interacción que encajan perfectamente y hacen que las partidas sean especialmente interesantes en grupos de cuatro jugadores. Un producto que destaca por su mimo histórico y artístico pero que nos da razones suficientes para disfrutarlo, incluso si solo queremos gestionar recursos y acciones. ¡Grata sorpresa!



Pros

  • Una temática poco explotada, cercana, atrevida pero muy bien implementada.
  • Un peso medio con más sorpresas a nivel mecánico de lo que cabría esperar, mezclando una interesante planificación con interacción positiva y negativa.
  • Un estilo artístico que denota mimo y rigor, haciendo que el resultado final sea potente y muy vistoso.
  • Un primer título impecable de su diseñadora, que seguro que nos logra sorprender con otros proyectos.

Contras

  • Su interacción hace que verdaderamente destaque a tres o cuatro jugadores, aunque se agradece su variante solitaria con dificultad progresiva.
  • Las pegatinas son un recurso resultón que muchos odiarán por la inversión de tiempo, pero que permite que cada jugador decida si quiere utilizar esta capa de personalización.

Este juego ha sido cedido por Devir Iberia para poder redactar la reseña así como tomar las fotos. Gracias por el detalle.